La imagen parece ficticia: negros danzantes entonando versos con una dicción confusa y precipitada, mientras los rodean animales salvajes en lo que parece un ritual de cacería a ritmo de tambor. La muchedumbre, alborotada, acompaña a los líderes de la juerga mientras el sol azota las pieles desnudas. El grupo de negros danza a son africano, tal como una tribu guerrera que honra a la naturaleza con su baile, un escenario propio de El Congo, sin embargo, esto es Barranquilla.
Los hombres fornidos con vestimentas coloridas se mueven libremente, parece que cada movimiento que hacen manifiesta un diálogo con su entorno, o más bien, con la vida misma. Sus vistosas ropas quieren hablar, sus turbantes son largos, exuberantes. No hace falta construir una máquina del tiempo para presenciar esta manifestación cultural en los cabildos negros de Cartagena con la llegada de los africanos, cuando esta práctica se inmortalizó en el Caribe colombiano.